A pesar de
que el suicidio recibió cierta cobertura en la prensa británica, siempre ávida
de sensaciones fuertes, nadie habló lo que sucedió al día siguiente, en el
entierro.
Nadie habló
de ello, porque a nadie le convenía.
Aunque la
trágica, inconcebible imagen de un niño que se quitó la vida perduró cierto
tiempo, las palabras de Mr. Pemberton fueron inmediatamente olvidadas.
El niño
senegalés se había dejado caer desde una ventana del tercer piso del colegio, convencido
de que era la única forma de terminar con el mal que él encarnaba.
El mal de
las fuerzas oscuras, del color negro.
Sus
compañeros, todos blancos, lo habían convencido de que el tenebroso tono de su
piel lo hacía un olvidado de Dios, un hijo de Satán.
En el
entierro, Mr. Pemberton pidió permiso a la familia del niño para pronunciar un
breve discurso.
Mr.
Pemberton, profesor de física, había consolado unos días antes al niño, quien le
había contado lo que sus compañeros le decían. El profesor le había prometido hacer
algo, pero la muerte llegó antes que la ayuda.
Cuando le
dieron la palabra en el cementerio, Mr. Pemberton preguntó: "¿Cuál es el
verdadero color de la banana?"
Algunos lo
tomaron como una frase fuera de lugar, una falta de respeto al inimaginable
dolor de los padres. Pero el profesor repitió: "¿Cuál es el verdadero
color de la banana?"
Después de
unos segundos de silencio, Mr. Pemberton dictó una breve lección sobre la
física de los colores.
"El
verdadero color de un cuerpo es aquel que no vemos", explicó. "Al
recibir la luz, el cuerpo absorbe determinados colores y refleja aquellos que
no absorbe. El verdadero color de la banana, por lo tanto, es el azul. De los
tres colores que capta el ojo humano --rojo, verde y azul--, la banana refracta
el rojo y el verde, que forman el amarillo. Por eso la vemos amarilla: porque
en realidad es azul".
"Asimismo",
agregó, "todos los colores juntos para el ojo humano componen el blanco, y
la ausencia de color forma el negro. Cuando un cuerpo no absorbe color alguno, los
refleja todos. Lo vemos blanco, porque permanece negro. Y el cuerpo que vemos
negro es el que no refracta color alguno, porque los toma todos, y por lo tanto
su verdadero color es el blanco".
"Si
alguien, en esta comunidad", concluyó Mr. Pemberton", tiene todavía
la estrechez mental de considerar más puro algo de color blanco que algo de
color negro, esa persona debería saber, antes de emitir un juicio cegado por la
ignorancia, que aquello que ve blanco en realidad es negro, y aquello que ve
negro en realidad es blanco".