El Buda
dejó su palacio y vagó por los bosques, haciendo diferentes prácticas y
meditando.
Al final,
llegó el día del regocijo supremo y despertó.
Iluminado,
volvió al palacio, para comunicar la buena noticia a la mujer que había amado y
al hijo que había abandonado.
Ella estaba
muy enojada, y le hizo sólo una pregunta. Dijo:
—He
esperado durante todos estos años y sólo quiero hacerte una pregunta. La
pregunta es simple, pero sé sincero —ella todavía pensaba que el Buda podía ser
insincero—. Lo que hayas alcanzado en el bosque ¿no habrías podido alcanzarlo
aquí, en palacio? ¿Sólo se encuentra a Dios en el bosque, y no aquí, donde está
la gente?
El Buda respondió:
—Tienes razón,
la verdad está tanto aquí como allí. Pero habría sido muy difícil para mí
llegar a conocerla aquí, porque me encontraba perdido en la personalidad. La
personalidad de un príncipe, la personalidad de un marido, la personalidad de
un padre, la personalidad de un hijo. La personalidad era algo desbordante. En
realidad no fue el palacio lo que abandoné, sólo estaba dejando atrás mi
personalidad, para que no hubiera nadie que me recordara quién era yo. Para
poder responder a la pregunta "¿quién soy yo?" por mí mismo. Quería
confrontarme conmigo mismo. No estaba interesado en las respuestas de los
demás.
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Rabindranath Tagore
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