jueves, 27 de septiembre de 2012

Está bien, hablemos del tema


Muchos años atrás, más de 15, acompañé a una persona a una serie de clínicas en el Borda (ahora pienso que tal vez esa persona me acompañó a mí), presididas por el doctor Jorge García Badaracco; una eminencia, un tipo tan genial como adorable.
 
Entre los internados del Borda, presentes en las sesiones, había uno que portaba un cuaderno Rivadavia de 98 hojas. Se presentaba vestido del fútbol, y en el primer renglón del cuaderno había escrito: "Oda al Deporte". Nada más. Pasaban las semanas, y el resto del cuaderno seguía en blanco. Y él seguía viniendo, vestido de fútbol, con su Rivadavia bajo el brazo y una birome en el anillado.
 
Cuando Badaracco le daba la palabra, él se ponía de pie, hacía el ademán de empezar a hablar, y se sentaba sin emitir sonido.
 
Otros hablaban mucho. Otros gritaban.
 
Había uno que estaba muy callado. Pero si le preguntaban algo, respondía con absoluta coherencia.
 
Lo había internado su mujer, después de que una mañana el hombre perdió todo interés en salir de la cama.
 
Su mujer lo acompañaba en estas sesiones.
 
Cuando Badaracco lo invitó a contarnos el por qué de su desganado comportamiento, el hombre dijo que ya nada le interesaba, porque la vida no tenía sentido.
 
La mujer interrumpió: "Pero querido, ¿por qué no salís a caminar conmigo, a mirar vidrieras?"
 
Él contestó pausadamente: "¿Para eso quieren que me cure? ¿Para eso me metieron acá y me rodearon de enfermeros? ¿Para que un día pueda salir a caminar y mirar vidrieras?"
 
Badaracco le habló como si el internado fuera una persona completamente cuerda... y probablemente lo era.
 
"Así es, mi amigo", le dijo. "Has descubierto una gran verdad: la vida no tiene sentido".
 
Nunca voy a olvidar ese momento. El sabio estaba de acuerdo con el loco, y de paso también conmigo.
 
"Pero eso es lo maravilloso", agregó Badaracco, a quien muchos recuerdan por sus logros, por sus títulos, por todos los premios que recibió durante una brillante carrera dedicada a la psiquiatría, y a quien yo recuerdo por su sobrehumana compasión.
 
"Si la vida tuviera sentido, no tendría gracia", dijo, y a mí me vino a la mente el libre albedrío. "La gracia de la vida, justamente, es que cada uno puede darle el sentido que quiera".
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario