Muchos años
atrás, más de 15, acompañé a una persona a una serie de clínicas en el Borda (ahora pienso
que tal vez esa persona me acompañó a mí), presididas por el doctor Jorge
García Badaracco; una eminencia, un tipo tan genial como adorable.
Entre los
internados del Borda, presentes en las sesiones, había uno que portaba un
cuaderno Rivadavia de 98 hojas. Se presentaba vestido del fútbol, y en el primer renglón del cuaderno había escrito: "Oda al Deporte". Nada más. Pasaban las semanas, y el resto del cuaderno seguía en blanco. Y él seguía
viniendo, vestido de fútbol, con su Rivadavia bajo el brazo y una birome en el
anillado.
Cuando
Badaracco le daba la palabra, él se ponía de pie, hacía el ademán de empezar a
hablar, y se sentaba sin emitir sonido.
Otros
hablaban mucho. Otros gritaban.
Había uno
que estaba muy callado. Pero si le preguntaban algo, respondía con absoluta
coherencia.
Lo había
internado su mujer, después de que una mañana el hombre perdió todo interés en
salir de la cama.
Su mujer lo
acompañaba en estas sesiones.
Cuando
Badaracco lo invitó a contarnos el por qué de su desganado comportamiento, el
hombre dijo que ya nada le interesaba, porque la vida no tenía sentido.
La mujer
interrumpió: "Pero querido, ¿por qué no salís a caminar conmigo, a mirar
vidrieras?"
Él contestó
pausadamente: "¿Para eso quieren que me cure? ¿Para eso me metieron acá y
me rodearon de enfermeros? ¿Para que un día pueda salir a caminar y mirar
vidrieras?"
Badaracco
le habló como si el internado fuera una persona completamente cuerda... y
probablemente lo era.
"Así
es, mi amigo", le dijo. "Has descubierto una gran verdad: la vida no
tiene sentido".
Nunca voy a
olvidar ese momento. El sabio estaba de acuerdo con el loco, y de paso también
conmigo.
"Pero
eso es lo maravilloso", agregó Badaracco, a quien muchos recuerdan por sus
logros, por sus títulos, por todos los premios que recibió durante una
brillante carrera dedicada a la psiquiatría, y a quien yo recuerdo por su
sobrehumana compasión.
"Si la
vida tuviera sentido, no tendría gracia", dijo, y a mí me vino a la mente
el libre albedrío. "La gracia de la vida, justamente, es que cada uno
puede darle el sentido que quiera".
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