Lo único que puedes conseguir entonando un mantra es embotarte
la mente. Cualquier repetición te embota la mente; te atonta. Pasarte horas entonando
un mantra te arruina la sensibilidad, te produce aburrimiento y sume a tu
conciencia en una especie de sopor.
Las madres han sabido siempre que si un niño está excitado y
no puede dormir, hay que cantarle una canción de cuna. Una canción de cuna es
un mantra. La madre repite algo una y mil veces, hasta que el niño se aburre. La
repetición constante genera un ambiente de monotonía. El niño no puede huir;
tiene a su madre sentada junto a la cama y no puede escapar; no puede decir:
"¡Cállate!" Tiene que escuchar. La única salida que le queda es
dormirse, para liberarse de su madre y de la canción de cuna.
El mantra actúa de la misma manera: repites determinada
palabra, hasta crear en ti un estado de monotonía. Toda monotonía es enervante
y te embota; destruye tu agudeza.
El truco se aplica de muchas maneras. En los antiguos
monasterios de todo el mundo (cristianos, hindúes o budistas) lo han aplicado a
mayor escala. La vida en un monasterio es rutinaria; absolutamente programada.
Cada mañana hay que levantarse a las tres, o a las cinco, y vuelta a empezar el
mismo ciclo. Hay que realizar la misma actividad cada día, durante toda la
vida. Es como entonar un mantra toda la vida, en forma de rutina. Poco a poco,
a fuerza de hacer lo mismo una y otra vez, la persona se va pareciendo cada vez
más a un sonámbulo. Tanto da que esté dormido o despierto; no hace otra cosa
que repetir los mismos gestos y movimientos vacuos. Pierde la noción de estar
dormido o despierto. Basta con ir a los antiguos monasterios y observar a los
monjes paseando dormidos; se han convertido en robots. Desde que se levantan
por la mañana hasta que se acuestan, no hay nada destacable; los ámbitos se
solapan. Y es exactamente igual todos los días.
De hecho, las palabras "monótono" y "monasterio"
proceden de la misma raíz. Ambas significan lo mismo.
Puedes crear una vida tan monótona que no sea necesaria la
inteligencia. Cuando no necesitas la inteligencia, te embotas, y cuando estás embotado,
sientes, desde luego, una especie de paz y un cierto silencio; pero no son
reales: son "seudo". El verdadero silencio es muy vivo y palpitante;
el verdadero silencio es positivo y está cargado de energía; es inteligente,
consciente, y está pletórico de vida y entusiasmo.
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