La fábula de Avíreri, proveniente de la cultura Asháninka en
el Amazonas, nada tiene que envidiarle a los mitos griegos, en su representación
de la realidad humana.
Avíreri, el dios transformador, llevaba sobre sus hombros a
su nieto Kíri, quien colmaba la paciencia de su abuelo con preguntas acerca de
quién era cada persona que ellos encontraban en su paseo.
Cansado de darle explicaciones al pequeño inquisidor, Avíreri
optó por designar con el nombre de un animal, una planta o una piedra, a cada
ser humano que aparecía ante su vista, como forma de reducir a una sola palabra
la respuesta para Kíri.
Así es como Avíreri, el dios transformador, te convierte en
animal, planta o piedra, si tienes el infortunio de cruzarte en su camino.
La mítica figura Asháninka nos representa a todos.
Todos nosotros llevamos sobre los hombros a ese pequeño
inquisidor: la mente, que nos pide catalogar todo lo que vemos, incluso a las
demás personas.
Todos nosotros, dioses transformadores, vamos por la vida
señalando, describiendo, convirtiendo a cada persona en aquello que nosotros
mismos decidimos que sea.
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