La verdad suele ser políticamente incorrecta. Lo
políticamente correcto es, usualmente, mentira.
Por mi parte, yo tengo dos o tres verdades que prefiero
esconder. Hay dos o tres cosas de mí que están ahí, que son reales, pero trato de negarlas. Intento no verlas y
seguir viviendo como si no existieran.
Tal vez, si las confesara, nadie se escandalizaría
demasiado. Pero por vergüenza, pudor o elegancia, decido ocultarlas.
Con el tiempo he ido armando sobre ellas lo que Julio Cortázar definiría como "los trípodes del camelo". Y si alguien, en una de esas casualidades del destino, llegara
a descubrirlas y a cometer la indiscreción de sacarlas a la luz, me ofendería
soberanamente, por supuesto.
La verdad no debería ofender; estoy de acuerdo con eso. Pero
en general ocurre lo contrario.
Siempre ha sido así.
Siempre ha sido así.
Dos milenios atrás, un hombre dijo algunas verdades que
incomodaron a ciertas personas.
Y lo crucificaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario