miércoles, 3 de octubre de 2012
Una de Borges
Podría publicar una entrada por día sobre cosas que dijo Jorge Luis Borges, y no me alcanzarían los años.
Dedico esta a la memoria de mi abuelo, el verdadero Gustavo Fillol Day. Gracias a él tuve acceso privilegiado al enorme escritor.
Contaba Borges de un ermitaño que se había retirado hacia la soledad del destierro, la aridez del ostracismo, a fin de ganarse el Cielo.
Al morir, el disciplinado asceta llegó al Paraíso. Se abrieron frente a él las puertas de la Gran Fiesta, pero había un problema. No podía gozarla.
Las demás almas celebraban, embebidas en la máxima alegría, y él permanecía ajeno, irremediablemente distante.
No tardó en darse cuenta de su contradicción, tan obvia como inapelable.
¿Por qué iba a disfrutar cuando se le diera el Cielo, si no había disfrutado cuando se le dio la Tierra?
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