Un verdadero maestro afirmaba que muchas enfermedades
provienen del miedo. Sé que cuesta creerlo, pero denme cinco párrafos para
explicarlo.
El miedo es el arma de defensa básica de cualquier animal,
incluido el hombre, y, como tal, desata las reacciones más básicas del
organismo, que se prepara para correr, saltar o golpear como defensa.
Probablemente todos hayamos experimentado la situación de
correr más rápido o saltar más alto de lo que nos creíamos capaces, al ser
perseguidos por alguna furiosa bestia. Ese instinto proviene de nuestros tiempos
más primitivos, aquellos de vida salvaje, cuando había que correr o treparse a
un árbol si aparecía un tigre.
En otras ocasiones tal vez nos hayamos sentido paralizados
por el miedo, lo cual es otra reacción primitiva. Vean cuántos animales se
congelan frente a una amenaza, como mecanismo estratégico para no delatar su
ubicación.
Hoy, el hombre de ciudad le envía señales de miedo al cuerpo
por cuestiones que no demandan adoptar una posición esforzadamente estática, ni
salir corriendo aceleradamente, ni dar un brinco exagerado ni trenzarse en una
lucha encarnizada. Pero el cuerpo tiene una sola forma de reaccionar frente al
miedo, que es prepararse para esconderse, para escaparse o para combatir.
Ante los miedos del hombre actual, que por lo general son
puramente mentales y no vinculados realmente con la supervivencia, toda esa
energía que el cuerpo genera para la huida o para la batalla no encuentra
salida, y regresa al cuerpo, que necesita realizar un gran esfuerzo para
reabsorberla y reciclarla.
En algún punto, lamentablemente, la producción inútil de tanta
energía supera la capacidad de reciclaje del cuerpo, y entonces, decía el
maestro, el organismo cae enfermo.
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