domingo, 30 de diciembre de 2012

El Buda y el Oeste

 
Los atavíos hindúes con que suele aparecer ornamentada su figura, hacen creer que el Buda es lejano a occidente, ajeno a la realidad de esta parte del mundo.
 
Su historia, sin embargo, es llamativamente occidental.
 
Al Buda se le dio todo. Para que no se cumpliera la predicción de que despertaría y renunciaría a su herencia, su padre rey se aseguró de que al niño nada le faltara. Y no escatimó en riquezas.
 
Eso, si lo miramos sin atavíos hindúes, es lo que sucede con los niños en occidente, más a menudo que en la India.
 
Es a los niños de occidente a quienes se les da todo. Los padres se aseguran de que a sus hijos nada les falte, y no escatiman en riquezas. Juguetes, golosinas, televisión, computadora, DVD...
 
Esa realidad, mucho más occidental que hindú, nos emparenta con el Buda. Al igual que él, nosotros no sólo sabemos lo que es tener resueltas las necesidades básicas de la vida, sino que conocemos los lujos. En mayor o menor medida, todos hemos probado, de este lado del mundo, alguna cucharadita de opulencia.
 
Lo cual es un excelente punto de partida, porque nos permite comprobar algo fundamental. Nos permite saber, por experiencia propia, que ahí no reside la felicidad.
 
Si allí estuviera la felicidad, si la felicidad dependiera de tener juguetes, golosinas, televisión, computadora, DVD... no anhelaríamos más. Anhelar más es el síntoma que denuncia el problema. Sabemos, por haberlo vivido, que tener cosas sólo lleva a desear más cosas.
 
Y entonces se nos abren dos caminos.
 
Podemos seguir buscando por el lado de las posesiones, lo cual sería una insistencia tan obtusa como absurda.
 
O podemos, como Siddhartha, elegir ser el Buda, el Despierto.
 
 
 

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