miércoles, 6 de marzo de 2013

Autocrítica (Parte 2 de 2: el ser querido)

 
Lo que sigue es una de muchas enseñanzas de una gran amiga, una persona capaz de transformar una vida con un abrazo.
 
-- Caso 1
 
Un ser querido está tratando de superar sus problemas. Cuando este ser sufre una recaída, un retroceso, nuestras palabras son de aliento, de apoyo, de consuelo.
 
"No te aflijas", le decimos, "es sólo un pequeño traspié. Tú eres fuerte y saldrás adelante".
 
-- Caso 2
 
Un ser no tan querido, a quien nosotros juzgamos y condenamos debido a sus problemas, está tratando de superar, precisamente, esos problemas. Cuando este ser sufre una recaída, lo reprendemos, lo amonestamos, lo hundimos aún más.
 
"Otra vez el mismo de siempre", le decimos. "Habías ilusionado a todos con la promesa de que ibas a cambiar, pero has vuelto a la vieja historia".
 
-- ¿Cuál es nuestro caso?
 
No descubro algo nuevo si digo que somos los más duros críticos de nosotros mismos. Bien entendida, la autocrítica nos ayuda a mejorar, pero, como puede verse en la entrada de ayer, existe el peligro de que se transforme en un juez implacable y demoledor.
 
Muchas veces, cuando estamos intentando superar un problema y sufrimos una recaída, el juez interno toma las riendas y nos tratamos a nosotros mismos como el "Caso 2", como la persona a la que condenamos y reprendemos por sus problemas.
 
"Otra vez el mismo de siempre", pensamos acusadoramente. "Habías ilusionado a todos con la promesa de que ibas a cambiar, pero has vuelto a la vieja historia".
 
¿No sería más adecuado tratarnos como a un ser querido? ¿No sería más sano callar al juez y darnos palabras de aliento, de apoyo, de consuelo?
 
Mi amiga habla de darse un abrazo a uno mismo.
 
"No te aflijas", deberíamos decirnos, "es sólo un pequeño traspié. Tú eres fuerte y saldrás adelante".
 
 
 

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