Lo que sigue es una de muchas enseñanzas de una gran amiga,
una persona capaz de transformar una vida con un abrazo.
-- Caso 1
Un ser querido está tratando de superar sus problemas.
Cuando este ser sufre una recaída, un retroceso, nuestras palabras son de
aliento, de apoyo, de consuelo.
"No te aflijas", le decimos, "es sólo un
pequeño traspié. Tú eres fuerte y saldrás adelante".
-- Caso 2
Un ser no tan querido, a quien nosotros juzgamos y condenamos
debido a sus problemas, está tratando de superar, precisamente, esos problemas.
Cuando este ser sufre una recaída, lo reprendemos, lo amonestamos, lo hundimos
aún más.
"Otra vez el mismo de siempre", le decimos.
"Habías ilusionado a todos con la promesa de que ibas a cambiar, pero has
vuelto a la vieja historia".
-- ¿Cuál es nuestro caso?
No descubro algo nuevo si digo que somos los más duros
críticos de nosotros mismos. Bien entendida, la autocrítica nos ayuda a mejorar,
pero, como puede verse en la entrada de ayer, existe el peligro de que se
transforme en un juez implacable y demoledor.
Muchas veces, cuando estamos intentando superar un problema
y sufrimos una recaída, el juez interno toma las riendas y nos tratamos a
nosotros mismos como el "Caso 2", como la persona a la que
condenamos y reprendemos por sus problemas.
"Otra vez el mismo de siempre", pensamos
acusadoramente. "Habías ilusionado a todos con la promesa de que ibas a
cambiar, pero has vuelto a la vieja historia".
¿No sería más adecuado tratarnos como a un ser querido? ¿No
sería más sano callar al juez y darnos palabras de aliento, de apoyo, de
consuelo?
Mi amiga habla de darse un abrazo a uno mismo.
"No te aflijas", deberíamos decirnos, "es
sólo un pequeño traspié. Tú eres fuerte y saldrás adelante".
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