Si aceptamos que la vida ha evolucionado en estos miles de
millones de años, tenemos que aceptar que, para que se produzca esa evolución en
miles de millones de años, debe producirse gradualmente una pequeña evolución cada
año, cada día, cada minuto.
La vida evoluciona, y por lo tanto cambia a cada segundo, a
cada instante.
El problema, el enorme problema, es que los cambios suelen
no ser exactamente lo que esperábamos, y entonces nos resistimos, o nos aferramos
a lo viejo, por ese instinto de conservación que nos vuelve tan conservadores.
En uno de sus principios más básicos, y también más populares,
el Zen habla de fluir. Fluir con los cambios, con la evolución, con las nuevas vivencias
del espíritu en su experiencia con la materia.
Anhelar que lo nuevo sea de una determinada manera, sería
condenarnos a la decepción.
Aferrarnos a lo viejo, sería condenarnos a que la constante transformación
nos duela a cada minuto, a cada segundo, a cada instante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario