jueves, 10 de enero de 2013

El cambio no tiene por qué doler (parte teórica)

 
Si aceptamos que la vida ha evolucionado en estos miles de millones de años, tenemos que aceptar que, para que se produzca esa evolución en miles de millones de años, debe producirse gradualmente una pequeña evolución cada año, cada día, cada minuto.
 
La vida evoluciona, y por lo tanto cambia a cada segundo, a cada instante.
 
El problema, el enorme problema, es que los cambios suelen no ser exactamente lo que esperábamos, y entonces nos resistimos, o nos aferramos a lo viejo, por ese instinto de conservación que nos vuelve tan conservadores.
 
En uno de sus principios más básicos, y también más populares, el Zen habla de fluir. Fluir con los cambios, con la evolución, con las nuevas vivencias del espíritu en su experiencia con la materia.
 
Anhelar que lo nuevo sea de una determinada manera, sería condenarnos a la decepción.
 
Aferrarnos a lo viejo, sería condenarnos a que la constante transformación nos duela a cada minuto, a cada segundo, a cada instante.
 
 
 

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