viernes, 11 de enero de 2013

El cambio no tiene por qué doler (parte práctica)

 
Un estudioso de Zaratustra relataba esta historia.
 
Así quería que lo llamaran. Ni "seguidor", ni "apóstol", ni "predicador" de Zaratustra. Sólo "estudioso".
 
Una de las historias que narraba, era esta de los niños que jugaban en la playa.
 
Mientras los pequeños se entretenían con sus cubos y palitas, como los grandes nos entretenemos con nuestras posesiones, una sorpresiva ola, de esas que vienen encumbrándose en silencio desde lo profundo, estalló contra la arena sin darles tiempo a reaccionar, y de un frío manotazo se llevó los juguetes.
 
Los niños corrieron a contarles llorando a sus madres lo que había ocurrido. Excepto uno de ellos, que siguió divirtiéndose junto al mar.
 
Al principio, madres e hijos pensaron que ese niño había logrado salvar sus pertenencias. Cuando regresaron a la orilla, sin embargo, descubrieron que él también había sido despojado de sus cacharros.
 
Los demás niños, con la respiración todavía entrecortada por el reciente llanto, lo miraban extrañados, incrédulos.
 
Una madre le preguntó lo que todos querían saber: "¿Qué ocurre, niño? ¿Por qué sonríes? ¿Estás contento de que la ola te haya quitado tus juguetes?"
 
"No, señora", respondió el niño. "Yo adoraba mis juguetes. Pero esa misma ola me trajo todos estos caracoles".
 
 
 

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