Todo lo que decimos es, en última instancia,
autorreferencial.
Cuando decimos que la gente no cambia, estamos infiriendo
que nosotros mismos nunca cambiaremos. Lo cual implica condenarnos al calabozo
del estancamiento.
Para demostrar que en realidad sucede lo contrario, un
verdadero maestro esgrimía su prueba de que "el lector hace al
libro".
Heráclito lo dijo también, hace 2.500 años. Su frase,
tergiversada como: "Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo
río", decía, en el texto original: "En los mismos ríos entramos y no
entramos, pues somos y no somos los mismos".
La diferencia entre una y otra frase no es menor.
La primera desvía la atención hacia el río: por el constante
flujo de la corriente, resulta obvio que la persona no puede bañarse dos veces
en las mismas aguas.
La segunda, en cambio, la verdadera, enfoca la atención en
la persona.
La persona que vuelve a entrar a un río, aunque a algunos no
les resulte tan obvio, nunca es la misma que había entrado antes.
Seguramente hayan experimentado ya lo que un verdadero
maestro consideraba como prueba de que "el lector hace al libro"; si
no, inténtenlo: busquen un libro que hayan leído hace algún tiempo, y vuelvan a
ojearlo.
Verán que es distinto. No es idéntico al libro que habían
leído la vez anterior.
Pero el libro no ha cambiado, lo sabemos, así que la conclusión
es ineludible.
Ha cambiado el lector.
Ha cambiado la persona, que es parte de la gente que se
supone que nunca cambia.
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