martes, 15 de enero de 2013

Mente vs. Alma (la argumentación kantiana)

 
Así como hubo un tiempo en que fui monaguillo, hubo un tiempo también en que no creía siquiera en la existencia del alma. Me negaba a aceptar algo que no tenía base experimental ni explicación razonable... y fueron años duros. Es difícil vivir pensando que uno solamente es materia.
 
Después me hicieron estudiar a Immanuel Kant en la universidad, y comprendí que el problema era la diferencia de planos. La mente nunca podrá comprender la existencia del alma, porque se mueve en un plano distinto.
 
La dimensión de la mente es el ámbito del espacio y el tiempo. La dimensión del alma es el ámbito del infinito y la eternidad.
 
Espacio y tiempo, según Kant, son la manera de la mente de representar las cosas, de ordenarlas. "Infinito" y "eternidad", por lo tanto, son dos conceptos que la mente nunca podrá comprender. Nunca podrá siquiera imaginarlos. ¿Cómo podría captarlos, si atentan, precisamente, contra su forma de captar las cosas?
 
Con el espacio y el tiempo, la mente delimita, encuadra, pone principios y fines a los objetos. Como infinito y eternidad no poseen principio ni fin, la mente no puede con ellos.
 
Sin embargo, infinito y eternidad tienen que existir forzosamente, según la propia lógica de la mente, porque el espacio y el tiempo no pueden terminar.
 
Si el espacio terminara, digamos, en una pared, tendría que haber algo detrás de esa pared. Podría ser la nada, pero incluso la nada es algo. Algo que comienza detrás de esa pared y... ¿dónde termina? Y luego, si la nada terminara, volveríamos a empezar. ¿Qué hay más allá de donde termina la nada? Y así...
 
Lo mismo sucede con el tiempo. Si el tiempo terminara en un determinado momento, ¿qué sucedería después de ese momento? ¿Nada? ¿Cuánto duraría esa nada?
 
El recurso de "la nada" suele aparecer como una salida elegante en estas discusiones, pero está viciada del mismo problema que el infinito y la eternidad. La mente no puede comprender ni imaginar la nada; así que se trata, en realidad, de un paso en falso.
 
Frente a la argumentación kantiana, la mente debería rendirse y admitir que espacio y tiempo son invenciones suyas; que toda esta dimensión, de escuadras y relojes, es creación meramente suya. La mente debería aceptar que si el infinito y la eternidad tienen que existir obligadamente, entonces tiene que existir obligadamente otro plano, sin espacio ni tiempo.
 
Pero le resulta difícil a la mente reconocer algo así. Le resulta imposible, de hecho, porque su propio modo de operar se lo impide. Nunca logrará imaginar un ámbito sin espacio ni tiempo, porque la mente sin espacio ni tiempo no funciona.
 
La dimensión sin espacio ni tiempo es una dimensión sin mente. Una dimensión puramente álmica.
 
Es usual que la mente, acorralada ante lo que obviamente desborda sus capacidades, tienda a oponerse al alma, a negarla, o, peor aún, a enviarla al cajón del olvido o al baúl de la indiferencia. Frente a lo cual nosotros, ya que no podemos exigirle a la mente que comprenda, de manera racional, que existe el alma, al menos deberíamos pedirle lo que dice Bob Dylan en la canción "Los Tiempos están Cambiando":
 
No critiques
Lo que no puedes entender.
 
 
 

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