martes, 27 de noviembre de 2012

La multiplicación de los panes

 
Los panes resultan muy pequeños cuando uno los come, señalaba la poetisa Phoebe Cary, pero muy grandes cuando uno los da.
 
Coincido con ella en que la clave reside en la mirada. Es el ojo el que empequeñece lo que se guarda y agranda lo que se regala.
 
Y el ojo responde a una costumbre, a un hábito.
 
Lo único que hace falta es un poco de disciplina para cambiar esa usanza, para entrenar al ojo a corregir ese vicio, a invertir esa errónea percepción.
 
El ejercicio, para quien estuviera dispuesto a hacerlo, consistiría en mirar lo que damos a los demás sin la distorsión del ego, observar lo que entregamos sin la angustia del desprendimiento, y ver lo poco que realmente es, en comparación con lo mucho que tenemos.
 
Eso sola acción, adoptada por un número suficiente de personas, bastaría para cambiar el mundo.
 
Yo no sé si Jesús hacía milagros. No estuve ahí como testigo. Si me obligaran a opinar, 21 siglos después, diría que no. Diría que los milagros eran en realidad metáforas de lo que verdaderamente importaba, que era el mensaje.
 
Entiendo, por ejemplo, que no fue un milagro lo que multiplicó los panes.
 
Fue el generoso acto de compartir.
 
 
 

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