Años atrás leí en alguna revista, seguramente mientras
esperaba turno con el médico, un informe que resultó más interesante de lo que
parecía.
Arrancaba la nota con una encuesta realizada en los Estados
Unidos, en la que la gente votaba por los actores y actrices más bonitos de
Hollywood. Lo interesante venía algunas páginas después, cuando el estudio
mostraba, e ilustraba con fotos, lo que tenían en común las caras de los más
votados: simetría y proporción.
El informe concluía que no importa la forma ni el tamaño de
la nariz, de la boca, de los ojos, de la frente, de los pómulos. El factor
clave, para que un rostro sea percibido como bello por la mayoría, es que todos
esos elementos guarden simetría y proporción.
La simetría tiene que ver con el ordenamiento de las
facciones. Que el eje de la nariz y la boca divida la cara en dos mitades
exactamente iguales, o que ese eje sea perfectamente perpendicular a la línea
de los ojos.
La proporción consiste en que los diferentes elementos
mantengan una relación armónica con los demás elementos y con el conjunto de la
cara. Una nariz chica o grande no es linda o fea de por sí, sino según su
manera de combinarse con el tamaño del rostro y de los otros rasgos.
La boca divina de una mujer, podría perder su encanto si la
trasladáramos a otra cara. Asimismo, una cara divina podría perder su encanto
si le pusiéramos otra boca.
Muchas mujeres bellas dejan de serlo con la cirugía
estética, justamente, porque alteran las justas proporciones que la naturaleza
les había regalado.
Galeno sabía esto.
El médico y filósofo romano lo explicaba como "la
armoniosa proporción de las partes; de un dedo en relación con otro dedo, y de
éstos con el metacarpo y la muñeca, y de éstos con el codo, y del codo con el
brazo".
Si las cosas no fueran así, entonces una de esas señoras que
exageran con las visitas al cirujano podría pedir que le pusieran la boca de
una actriz, la nariz de otra, los pómulos de otra, y marcharse del quirófano
con la cara ideal. La realidad, sin embargo, es que difícilmente el resultado
sería el deseado. La suma de rasgos perfectos no siempre da una combinación
perfecta. A veces da una combinación monstruosa.
Así como ordena las características físicas --la cara y el
cuerpo que una persona exhibirá por el mundo--, la naturaleza dispone también la
forma de ser de cada uno. Esa forma de ser que le aportará un color único y
especial al universo.
Pero a nosotros, a veces, no nos basta lo natural, como esa
dama que no se conforma con su rostro original.
Las virtudes de los demás suelen parecernos mejores que las
nuestras, y esa admiración nos lleva a querer imitar, querer tomar esas
virtudes de otros y hacerlas encajar en nosotros.
Así vamos perdiendo la simetría de cualidades que la vida
nos había regalado, y nos sucede lo que a la señora que se excedió con el
bisturí: con el tiempo, ya nadie puede ver nuestros verdaderos rasgos. Ni
siquiera nosotros mismos recordamos cuáles eran.
Llegado ese punto, hay que hacer algo. Hay que intervenir.
Hay que operar.
Tenemos que someternos a la operación de liberarnos de lo
que no nos pertenece. Desprendernos de lo que habíamos tomado por imitación,
por temor, por pensar que no iban a querernos si no nos parecíamos a alguien
más. Por miedo a que nadie nos aceptara como éramos.
Ir quitándose lo ajeno es una de las acciones más
liberadoras que pueden experimentarse.
Limpiarse de lo impropio, vaciarse de lo que no es natural
de uno, recuperar las proporciones originales...
Es la mejor forma de embellecerse.
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