jueves, 29 de noviembre de 2012

Sabelonada

 
Me cuesta mucho, como padre, responder "no lo sé".
 
Cuando mi hija de siete años, con su cerebro de cien mil revoluciones, me pregunta para qué estamos aquí, o de dónde venimos, mi primer impulso es volcarle mis creencias, embadurnarla con mis conceptos.
 
Sin embargo, aunque me cuesta contenerme, hago el esfuerzo de contestar "no lo sé", porque siento que si respondiera otra cosa para ahogar sus dudas, estaría asfixiando su sano acto de dudar.
 
Cuando logro salirme de mi rol egocéntrico de padre sabelotodo, entiendo que lo mejor que puedo hacer por ella no es calmar su inquietud, sino precisamente lo contrario: alentar su búsqueda.
 
Así que, en lugar de un sermón, le digo que no lo sé. Le cuento que yo me hago las mismas preguntas que ella, y que buscar la respuesta es una de las mayores aventuras --no digo "la mayor aventura", aunque crea que lo es, porque no quiero ser absolutista ni siquiera en eso-- en la que puede embarcarse el ser humano.
 
Fue gracias a esa aventura que conocí maestros y atravesé experiencias que transformaron mi vida, y jamás haría algo para angostarle ese camino a mi pequeña indagadora.
 
Además, para ser sinceros, si el mismo Sócrates admitió que lo único que sabía con certeza era que nada sabía con certeza, decir "no lo sé" es la única contestación verdaderamente honesta que este humilde padre de familia puede dar.
 
 
 

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