"Hay un ejercicio muy sencillo", me dijo un
verdadero maestro.
Me pidió que me quitara la camisa y me parara frente a un
espejo. Me indicó que respirara hondo y retuviera el aliento.
Como buen discípulo, aspiré profunda y exageradamente.
Señalando el espejo, me mostró mis hombros. Con la
inspiración se habían elevado e inclinado levemente hacia atrás. Con el aliento
contenido, permanecían en esa posición.
Me mostró mi pecho. Con la inhalación se había erguido, y
seguía así al mantener el aire.
Me mostró mi cuello. La tensión era evidente. Los músculos y
tendones se marcaban contra la piel.
"El pecho erguido, con los hombros elevados y echados
hacia atrás", me dijo, "es lo que yo llamo 'posición de
gigante'."
Me explicó que la acción de tomar nos engrandece y la acción
de retener nos engalana. Eso nos hace parecer más grandes. Nos hace sentir más
importantes, lo cual conforta a la mente.
Luego me pidió que largara el aire.
El pecho se desinfló, los hombros descendieron, el cuello se
desanudó.
El verdadero maestro me hizo ver que cuando soltamos el aire
nos volvemos pequeños otra vez, lo cual puede no agradarle mucho a la mente.
"Pero la acción de soltar", dijo, "es la
única que nos relaja".
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