En la lucha
por sobrevivir en el mar y en la tierra, igual a la lucha anterior de las
células por sobrevivir en el caldo hirviente, cada especie buscaba diferentes maneras
de adecuación a un medio que destruía cualquier intento de nueva forma de vida
que no supiera adaptarse.
Impulsado
por la energía que busca sutilizarse, el propio medio creaba, por ensayo y error,
ensayo y error, nuevas especies. Algunas sobrevivían. Otras perecían.
Luego de
infinitos ensayos y errores, el ambiente logró fecundar una especie con la que
se produjo otro salto magno, similar al que se había producido con la primera
célula que registró un dato y se dividió.
Probablemente
se haya dado en ese instante, otra vez, la combinación de solsticios del
Capítulo 3. La conjunción del solsticio de verano del sol sobre la Tierra --más
específicamente sobre África, en este caso-- con el solsticio de verano del
centro de la galaxia sobre el sistema solar. De otra forma no se explica por
qué la evolución logró, un determinado día en algún punto de África, dar un paso
tanto más grande que los que venía dando durante millones de años.
Ese día, en
ese lugar, el proceso gradual de la evolución abandonó la gradualidad y dio un
salto. Un salto tremendo, comparable al de la célula en el líquido bullente.
Y
nuevamente, al igual que aquella vez, el factor clave estuvo vinculado con la
captación y transmisión de información.
La
capacidad para procesar datos y comunicarlos fue el elemento diferenciador de la
nueva especie, del nuevo animal, del Homo sapiens.
Durante el
proceso evolutivo, desde aquella primera célula hasta el hombre, las especies
habían desarrollado el ADN, una forma de transmitir conocimiento de una
generación a otra.
Este código
genético permitía asegurar la supervivencia en el tiempo. Gracias al ADN, las
nuevas generaciones de individuos llegaban al mundo con la información
necesaria para emular a sus ancestros y prolongar la existencia de la especie.
El ADN, sin
embargo, no se repite con absoluta exactitud. Es más bien un patrón general, al
que cada individuo le agrega leves modificaciones. Los hijos no son exactamente
iguales a los padres. Son parecidos en la mayoría de los rasgos, pero no
idénticos.
En el
continuo ensayo y error del medio ambiente, cuando esa leve modificación del
ADN en un individuo resultaba en una mejora para la especie, que fortalecía la
supervivencia, ese individuo tenía descendencia más numerosa que los demás, por
su mayor capacidad de adaptación, y entonces ese ADN, con ese particular rasgo,
se transmitía a mayor número de descendientes, y así la especie evolucionaba.
Un día de
solsticio de verano en África, en la especie de los simios nació un individuo
con una alteración mayor de lo normal en su ADN. Ya no una alteración leve,
sino transcendental. Una alteración que lo hizo llegar al mundo con un cerebro
distinto.
Un cerebro
capaz de procesar información y comunicarla.
Si alguien
les hubiera dicho en ese instante al agua, a los continentes, a las plantas y a
los animales que el mundo había cambiado, todos ellos habrían reído.
"¿Qué
cambió?", habrían preguntado. Y la respuesta correcta habría sido:
"Nada". O en realidad: "Muy poco".
Al igual
que en el caso de la célula en el líquido bullente, nada sucedió en el
99,999... por ciento del planeta. En todos los lugares que no eran ese lugar de
África donde nació ese simio, nada ocurrió.
Y sin
embargo, ese día, el mundo había cambiado por completo.
--
(Mañana, jueves,
el Capítulo 7)
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