Cuando
empecé a jugar al golf me compré todos los libros que encontré sobre cómo hacer
el swing, y en ese proceso leí al pasar, en el "Pequeño Libro Rojo",
de Harvey Penick, una frase a la que no presté atención en ese momento.
Sólo la
valoraría 10 años después.
Diez años
después de renegar con los palos. De maldecir cuando la pelota no iba adonde
que yo quería. De insultar cuando en el swing hacía todo lo que se suponía que
había que hacer, y aún así el tiro salía para cualquier lado. De no entender
por qué daba un golpe bárbaro y, al minuto siguiente, cuando trataba de
repetirlo, me salía un golpe horrible. De practicar yoga, meditación, control
mental, cualquier cosa para acertar un green.
Diez años
después, soy un jugador promedio. Fui sacando un poquito de cada libro y
armando un swing bastante feo, pero con el sabor de lo hecho en casa. Encontré
mi forma de pegarle a la pelota, y con eso me defiendo.
Y lo más
importante de todo lo que leí, comprendo ahora, no fueron los consejos sobre la
empuñadura o sobre el movimiento de cadera. Lo más importante del golf no
sucede al pararse frente a la bola, ni al ejecutar el golpe. Lo más importante
ocurre después.
En el golf,
como en la vida, uno puede dar todo de sí, concentrarse, enfocarse, poner el
máximo empeño, tratar de hacer lo mejor posible... pero de nada servirá, si uno
no está dispuesto a lo más importante, lo que viene después, lo que Penick puso
en tres palabras:
"Aceptar
el resultado".
No hay comentarios:
Publicar un comentario