De la
teatralización del capítulo anterior hay algo para rescatar.
El actor
dominante, en un determinado período del proceso evolutivo, en el camino de
sutilización de la energía, considera imposible que alguien venga a
destronarlo. Tiene tanto control sobre la Tierra , destruye con tanta facilidad cualquier
intento de cambio, que está convencido de que su reinado será eterno.
Si le
dijeran a ese actor que algo que hoy existe, algo que él mismo ha creado,
dominará el planeta en un futuro y lo desplazará del centro de la escena, ese
actor se reiría. Haría sonar la socarrona carcajada del descreimiento.
Otro punto
fundamental a resaltar es, precisamente, el hecho de que el nuevo actor, que
desplaza del escenario al anterior, es creado por el actor anterior.
La célula
de los primeros capítulos, que registró un dato y se dividió, no salió de la
nada, no fue engendrada en el vacío. Salió del líquido bullente, fue creada por
ese mismo líquido bullente que después la célula se encargó de reemplazar como
habitante primordial de la faz de la
Tierra.
En este
proceso, el nuevo actor principal de la evolución es una invención del actor
anterior. Una invención que termina superando al inventor.
Engendrada
por el líquido hirviente, emergida de él, la célula que registró un dato y se
dividió terminó creando los mares, los continentes, las plantas y los animales
que se adueñaron del planeta.
Más tarde, el
ciclo se repitió.
La
evolución no se detuvo. El proceso de sutilización debía continuar.
Alguien
podía pensar que el mundo era perfecto entonces. Mares, continentes, plantas, animales.
Un paraíso de paz, equilibrio y sosiego. ¿Para qué seguir con la evolución?
¿Para qué trastocar lo que se había alcanzado?
Y sin
embargo, la evolución continuó. La energía siguió buscando algo más elevado,
más sutil. Nada detiene a la energía en ese camino, y mucho menos un juicio de
valor sobre qué es mejor y qué es peor, sobre qué es perfecto y qué no lo es.
Así que el
ciclo se repitió.
En el medio
ambiente del líquido indómito había surgido una célula que se había adueñado
del planeta. Esa célula había alterado el medio ambiente que la había
engendrado. Había reemplazado colores rojizos y ensordecedoras explosiones, por
tonos verdosos y trinar de pajarillos.
Millones de
años después, en este nuevo medio ambiente surgió un nuevo ser.
Un nuevo ser
que, con el tiempo, reeditaría el ciclo: se adueñaría del planeta y alteraría
el medio ambiente que lo había engendrado.
En estos
ciclos, lo previo se mantiene, porque sirve de base y alimento para lo siguiente.
Pero no queda indemne. Sufre desplazamiento y alteraciones. Un precio que la
evolución está dispuesta a aceptar, porque de eso se trata, precisamente, el
proceso evolutivo.
No se trata
de preservar intacto lo viejo, sino de ir haciendo lugar para lo nuevo.
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(Mañana,
miércoles, el Capítulo 6)
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